03

Oct

2025

ARTÍCULO

El prócer resplandeciente, de Cosme Saavedra

En la curiosa novela se entrecruzan los distintos acontecimientos que hicieron posible el nacimiento de la República a través de un recuento nada minucioso de la vida del gran médico ilustrado José Hipólito Unanue y Pavón.

Por Carlos Arrizabalaga. 03 octubre, 2025. Publicado en Semanario El Tiempo, el 28 de setiembre 2025

Marco Zanelli (2022) resaltaba que las campanas de la historia se siguen oyendo en nuestra literatura nacional, con diversos títulos que dan cuenta de los avatares de la emancipación con las armas de la ficción. Se refería a novelas históricas publicadas en 2021, como “El barco de San Martín”, de Juan Manuel Chávez; “1814, año de la Independencia”, de Claudia Salazar Jiménez; “El secretario del libertador”, de Harol Gastelú o “El molle y el sauce”, de Zoila Vega, entre otros. El profesor Jorge Valenzuela destaca al respecto algunos aspectos constantes: el enfrentamiento generacional, la toma de posiciones sobre la independencia, la muerte de los valores de la colonia, las crisis familiares que se generan y la presencia de personajes marginales.

Cosme Saavedra (Sullana, 1977) es contador público y escritor, autor de prosas poéticas: Fauna (2012) y varias novelas de temas pseudomíticos: Walac (2010), entre otras. Comenzó su obra con dos colecciones de cuentos: Ya no lloverá para julio (2007) y El curso de las estelas (2009). Obtuvo el premio Altazor el 2018 con una novela para cuentos, además de otros reconocimientos. En 2021, celebrando igualmente la independencia nacional, Cosme Saavedra publica “El prócer resplandeciente”, libro que recibió en concurso público un estímulo económico del Ministerio de Cultura. En la curiosa novela se entrecruzan los distintos acontecimientos que hicieron posible el nacimiento de la República a través de un recuento nada minucioso de la vida del gran médico ilustrado José Hipólito Unanue y Pavón. Una voz persistente, como una conciencia instigadora, guía los pasos del protagonista y habla con los distintos actores: Pezuela, San Martín, Olaya…

Es interesante analizar la forma como dialogan. Curiosamente, esa voz extemporánea se tutea con todos: es una voz igualitaria, es la voz del Perú actual que urge a los responsables de su historia a actuar en conciencia en favor de la libertad de la patria. En un escenario temprano, Micaela Bastidas y Mariana Belzunce conversan ¡y se tutean! Enseguida Agustín de Landaburo conversa con el virrey, a quien agradece muy solemne: “gracias a su merced, construimos esta plaza taurina, para delicias de lumbreras como su altísima Excelencia”, y enseguida Landaburo acepta la invitación de “su señoría”.

El virrey Manuel de Amat y Junyent quiere hablar con “su vuecencia” de negocios. Ricardo Palma ya representó al famoso amante de la Perricholi haciendo negocios turbios, y tal vez haya sido el virrey más rumboso y corrupto que haya tenido el Perú, una especie de Luis XIV andino, como decía Lohmann Villena. Sin terminar su gobierno (fue virrey del Perú de 1761 a 1776) se hará construir una de las mansiones más suntuosas en plena Rambla de Barcelona. El Palacio de la Virreina es un palacio barroco francés construido entre 1771 y 1777, y debe su nombre popular a su esposa, quien ocupó la casa durante más tiempo (don Manuel muere en febrero de 1782). Hoy en día, el palacio acoge exposiciones temporales dedicadas al mundo de la imagen y la cultura, y es el orgullo de los catalanes.

Vuecencia es la evolución fonética de “vuestra excelencia” y aunque aparece ya en el siglo XVII, alterna en los documentos con otras muchas formas durante un largo periodo de inestabilidad. En el siglo XVIII se registra ya poco y de hecho nunca con el posesivo correspondiente a la tercera persona: su vuecencia. Será durante el siglo XIX que se extiende su uso, especialmente como trato de respeto en el ejército y donde se empieza a emplear con el posesivo cuando se va ordenando y modernizando. En la novela es del todo anacrónico. Sorprende más que le diga “altísima excelencia” (tratamiento inventado, quiero decir, que no aparece registrado). Más increíble todavía es que el marqués le trate de “su señoría” al virrey, y que este, a su vez, le trate de “su vuecencia” al marqués Landaburo. Pues bien, en todo caso debió ser al revés: debió decir este “vuestra señoría” (al marqués) y el otro “vuestra excelencia” (al virrey).

La legislación vigente en la época establecía al menos el tratamiento oportuno en la correspondencia de oficio, y el rey Carlos III confirma, por ejemplo, el empleo de “excelencia” para los capitanes generales del Ejército y Armada, tenientes generales, virreyes en funciones o retirados, embajadores extranjeros o nacionales en función o retirado. Carlos IV lo confirmará para los virreyes interinos, cuando las cosas se ponen difíciles y no se pueden nombrar con el trámite y la pompa acostumbrada. No parece que Cosme Saavedra haya tratado de ser muy verosímil en su sufrida novela: de hecho, no ha buscado un lenguaje que siga el decoro correspondiente; más bien se revela un deseo de mostrar a los españoles como raros, con una forma de hablar extraña o extravagante, lejana, patética, seguramente también como manera (estrategia más ideológica que real) de extranjerizarlos, para que se vean más antipáticos. Pero lo cierto es que las fórmulas de tratamiento se irían alejando mucho después, conforme las costumbres de la cortesía fueron transformándose en la sociedad republicana, que junto al tuteo todavía conserva (y con más terquedad) resabios de las formas de respeto del antiguo régimen.

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